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Hospitales y otros espacios cerrados se abren a un control ambiental pleno

CO2, compuestos químicos orgánicos volátiles (COV), humedad, temperatura, ruido y luz son factores que condicionan o anulan la salud individual y colectiva en los espacios cerrados tanto asistenciales como habitacionales o laborales de otro tipo.

12/01/2022

En el último informe de la compañía Schneider Electric, realizado en coordinación con la consultora multinacional de infraestructuras AECOM, se acredita que existen 6 factores ambientales que determinan la salubridad humana en los contextos laborales de interior. CO2, compuestos químicos orgánicos volátiles (COV), humedad, temperatura, ruido y luz precisan sensores de ...

En el último informe de la compañía Schneider Electric, realizado en coordinación con la consultora multinacional de infraestructuras AECOM, se acredita que existen 6 factores ambientales que determinan la salubridad humana en los contextos laborales de interior.

CO2, compuestos químicos orgánicos volátiles (COV), humedad, temperatura, ruido y luz precisan sensores de evaluación propios y conjugados en un mismo sistema de información de cada edificio. Edificio que, como concepto, merece el apelativo de "saludable" en sustitución de la categoría sujeta al "síndrome del edificio enfermo" promovido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el lejano 1986.

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El White Paper 505 redactado por Víctor Avelar, Kelly Ann Bacon, Sinan Meric y Christopher Roberts para Schneider Electric aboga por una visión holística a partir de los resultados observados en 21 edificios inteligentes y saludables como resultado de 30 años de investigación.

En el trabajo se estipula que las condiciones ambientales deficientes en los edificios merman la salud de los ocupantes y su rendimiento laboral. Con el cálculo de que las personas son el activo más importante como ocurre en las oficinas comerciales, a razón de 3.229 dólares el m2.

Sin embargo, la mayoría de los edificios, a excepción de los de más reciente factura, no ofrecen información sobre la calidad del aire en su interior.

Aunque hay tecnología suficiente para evaluar los factores ambientales antedichos, no suele estar presente más allá de algunos espacios muy concretos. Espacios en los que el personal laboral siempre suele agradecer cualquier tipo de control efectivo para disfrutar de un contexto de trabajo más agradable.

En este terreno, ganan peso los sensores de IoT que permiten controlar automáticamente los edificios con información de salud.

Entre las advertencias más firmes del informe está la mención a que las altas concentraciones de CO2 pueden aturdir a los trabajadores y reducir su rendimiento.

Por otro lado, los beneficios del control de las variables dentro de los edificios e instalaciones son tangibles e intangibles.

Entre los primeros está un menor número de días de baja y entre los segundos una mayor conciencia de salubridad en los entornos laborales, unida a una mayor productividad y un mayor compromiso, que también se pueden traducir en rentas más elevadas de alquiler de los inmuebles e inferiores costes de aseguramiento médico.

En el caso del dióxido de carbono (CO2), liberado por la respiración humana, se mide en Partes por Milígramo (ppm). De forma que, de 1.000 a 2.000 ppm se puede producir somnolencia y falta de aire. Mientras que, entre 2.000 y 5.000 ppm, se generan dolores de cabeza, la citada somnolencia y la sensación de aire cargado. Pudiendo concurrir, además, fenómenos de falta de concentración, pérdida de atención, aumento de la frecuencia cardíaca e, incluso, náuseas leves.

Respecto a los compuestos químicos orgánicos volátiles (COV), como el formaldehído o la gasolina, de fácil evaporación, se miden en su concentración por partes por mil millones (ppb), o partes por millón (ppm).

En ocasiones, el material particulado se incluye a veces dentro de los COV, pero otras veces no. Se trata de partículas de diámetro inferior a los 2,5 μm que pueden penetrar fácilmente en los pulmones. Para evitar este y otros problemas, los sensores de COV también pueden detectar CO2, otros gases, humos y otros componentes nocivos.

De igual modo, la temperatura óptima para el ser humano oscila entre los 15,6 °C y los 23,9 °C, mientras que más frío o mayor calor tienen efectos negativos para el organismo. Al ser esta la franja acotada la que ofrece un mejor funcionamiento cognitivo, sin que la subjetividad térmica, generalmente existente entre sexos, tenga un fundamento real. En el confort térmico también influye la humedad que, en niveles inferiores al 40%, puede provocar problemas respiratorios agravados, si la condensación en las ventanas es importante y si aparece moho.

Los sensores de temperatura son compatibles con los Sistema de Gestión de Edificios (BMS) pero no miden el confort térmico real de las personas. Mientras que los sensores de humedad se sitúan en conductos centrales de retorno y del sistema de ventilación. En ese aspecto, la Universidad de Berkeley (California, EEUU) ofrece una herramienta de fijación de confort térmico. Complementariamente, los termostatos son dispositivos de punto de ajuste siempre imprescindibles.

Dentro de su complejidad, la magnitud ambiental ruido, entendida como nivel de sonoridad, condiciona el confort acústico con asignación positiva o negativa a nivel cerebral, en parte según la percepción psicológica de cada individuo. Cuando es una variable que se eleva por encima de los aceptable se desencadenan los reflejos de lucha o huida, dando lugar a la reacción química que libera cortisol como hormona del estrés. Por eso extraña que todavía haya pocos edificios con sensores de sonido, siendo casi siempre el principal recurso insonorizar los espacios para preservar su tranquilidad.

De igual modo, la investigación reflejó que la iluminación tiene un efecto profundo en los ritmos circadianos de las personas con supresión de la melatonina y alteración de la calidad del sueño desde que se inventó la luz eléctrica. Una manifestación de la energía que, si no está bien regulada en los edificios, conlleva deslumbramientos y fatiga visual que requieren cálculos de datos lumínicos para evitarlos. Para ello, los sensores de nivel de luz miden esta magnitud en superficies planas.

Como ejemplo de la ubicuidad de estas nuevas tecnologías, se instalaron 240 sensores instalados en una sola tarde en el edificio de AECOM.

Así mismo, existen certificaciones para edificios según criterios de salud y bienestar como WELL, fitwel y RESET.

En el espectro de sensores citados se incluyen las balizas Bluetooth de baja energía (BLE), los sistemas BMS que protegen frente a enfermedades infecciosas, los controles sin contacto, los dispositivos Pin-Pad, los interruptores de iluminación inteligente, los equipos audiovisuales y los termostatos, entre otros. Con mención también a los sensores de recuento de áreas, que informan sobre la existencia o no de personas en las dependencias en tiempo real para poder ahorrar energía.

También tienen su importancia los plazos de sustitución de filtros para mantener la calidad del aire interior.

En otro aspecto importante, el informe hace alusión al análisis protocolarizado del agua potable mediante sistemas con sensores de HVAC, con vigilancia de las torres de refrigeración para evitar el riesgo de legionela. Razón por la que el agua de los sistemas de refrigeración debe ser controlada y probada de manera periódica.

En resumen, la salud del edificio, sea o no asistencial, viene de realizar una evaluación exhaustiva y la disponibilidad de sensores de HVAC, dispositivos de ajuste, sensores de IoT, y otros elementos. Además de conceptos a cuidar como el rendimiento en función de la iluminación y el diseño biofílico.

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